
Por María Gracia Inzaurraga
La nueva serie de Bruno Stagnaro que tiene a Ricardo Darin como protagonista está dando que hablar ya que abre las puertas a producciones del tipo catástrofe en el mercado audiovisual local donde antes no había nada en este sentido.
La formula no falla: grupo de amigos reunidos jugando a las cartas con la intención de pasarla bien, se ven rodeados por una neblina extraña que trae frío polar y que amenaza con matarlos si salen del encierro, entonces el terror se plantea.
La serie pone toda la carne en el asador o mejor dicho en el “freezer”, porque no apela a sutilezas para mostrarnos que el tipo de mundo que creamos y sus formas dejaran de existir y, en tal caso, la guía telefónica, la radio, y “lo de antes” funcionarán mejor.
La serie está muy bien hecha, al punto que asombra la gran estética de una ciudad transformada en el Polo Norte.
Pero una cosa es lo visual y otra bien distinta es la historia; si uno busca originalidad en esta distopía, éste no es el lugar.
No hay nada nuevo bajo el sol, una lástima porque la producción es muy buena, las actuaciones de Darín y el uruguayo César Troncoso lo salvan todo, y algo muy humano se deja entrever en varias escenas, y es la presencia femenina; no como solemos verla en estos días de delirio “woke” sino como la vuelta al verdadero feminismo del poder materno.
Toda la serie intenta crear en el espectador la idea de que hay en el pasado algo que indefectiblemente deberá volver para salvarnos de nosotros mismos y la frase: “hay que volver a lo de antes”, es la marca registrada de esta nueva serie de Netflix.
Por supuesto hay que verla porque es cine o serie catástrofe en estas tierras, y toda historia donde la gente tiene que sufrir lo impensado para sobrevivir, es siempre un alerta y un mensaje en sí.
